La reina de sangre

En el extremo septentrional del mundo, existe una región donde siempre reina la oscuridad. Una gran isla, o un pequeño continente, según a quién le preguntes, sumido en una noche eterna, nadie sabe a ciencia cierta si esto es así debido a su singular localización o debido a algún tipo de magia ancestral, pero de que es así, no cabe dudas.

O eso afirman las leyendas, pues pocos son los testigos que han llegado a este lugar y han vuelto con vida sin haber sido invitados. Y quienes son invitados al reino de la noche, rara vez hablan de ese lugar, pues probablemente, los tomarían por locos, pues es difícil de creer para los profanos que un lugar como este exista en el mundo.

 La localización exacta de la isla, es incierta, muchos mapas ni siquiera la recogen y los que la hacen, suelen diferir entre sí en este punto, esta imprecisión se debe a que pocos cartógrafos han sido lo suficientemente osados o temerarios para siquiera intentar acercarse a este lugar. Las historias dicen que quien intentara llegar sin haber sido invitado por sus moradores, nunca llegaría, pues su nave se estrellaría contra las rocas, o sería engullida por el mar cruel que la rodea. Muchos han sido los barcos a lo largo de los siglos que han osado desafiar a los poderes que dominan este lugar, pero ninguno ha regresado o eso al menos, es lo que dicen las historias.

 Por suerte para vosotros, meros y profanos mortales. Yo estuve allí, en calidad de invitado, mucho tiempo atrás y pude ver con mis propios ojos este mundo singular del que ahora os escribo. Es probable que poner esto por escrito sea un acto de locura, más probablemente aún, sea lo último que haga, pues las garras de las criaturas que habitan esa tierra ancestral se extienden por todo este mundo y en que conozcan la existencia de este manuscrito, mi vida sin duda, llegará a su fin, sin embargo, no me perdonaría a mi mismo si muriera sin haber narrado y haber dejado testimonio, de lo que mis ojos contemplaron aquellos meses fríos en aquel páramo maldito.

 Tras lo que calculo fueron varios días en una barcaza tambaleante, agitada por las inclementes olas, sobre la que vomité en varias ocasiones llegué a ese lugar maldito, aunque no fui consciente de que nos acercábamos, fue como si de golpe llegásemos a la costa por alguna casualidad, pues tal era la oscuridad que envolvía al lugar que ni con mil antorchas se hubiera podido penetrar en ella más de unos metros. Mi papel en aquello, era meramente testimonial, yo era pues un mero espectador, un cronista, alguien que en cierto modo, ni siquiera estaba allí, así pues hablaré de lo que vi, pues lo que hice a todas luces carece de importancia para esta historia.

 Cuando arribamos a la costa, al principio no podíamos ver nada más que las sombras difusas del terreno, mas entonces unas luces se fueron acercando, un grupo de soldados con antorchas aparecieron en la costa, como una siniestra comitiva que venía a nuestro encuentro, pues nadie, por muy invitado que fuera, tenía permitido vagar por el lugar sin la atenta vigilancia de algún secuaz de Ella.

Ella, la mujer que dominaba aquel lugar desde un alto castillo desde hacía siglos y siglos, según decían las crónicas olvidadas y los cuentos que los ancianos contaban a los niños para asustarlos. A todas luces, aquellos seres no eran humanos, al menos algunos de ellos, su pie era tan pálida que casi brillaba, pese a la oscuridad, aquella noche no había luna, así que solo las antorchas y las estrellas brillaban en esa oscuridad.

Y los ojos, aquellos ojos brillantes y penetrantes que helaban la sangre y me hacían tiritar de miedo como a un chiquillo. Hasta los hombres que me acompañaban o mejor dicho, a los que acompañaba yo, hombres aguerridos, fuertes, vencedores de numerosas batallas y con cuerpos surcados de cicatrices curtidos en el frío del norte y en la guerra sentían miedo, podría percibirlo en sus rostros, normalmente inexpresivos.

Eso me dio más miedo aún que la visión de aquellos soldados salidos de historias de terror, que hombres tan temibles como los que me acompañaban flaquearan ante estos seres, me daba más miedo que esos seres en sí.

¿Qué serían aquellas criaturas que producían tal efecto? ¿Eran los daeren?
Legendarias criaturas que habían habitado el mundo durante edades antes de la llegada del primer ser humano y que según las crónicas habían sido creados a imagen y semejanza de Xalot, dios y señor de la oscuridad.

 ¿O eran vampiros? Criaturas más modernas, posteriores a los primeros hombres, aunque según se decía pertenecientes a la vez a éstos, algo que no acababa de entender entonces, pero cuya comprensión ahora me hiela la sangre. Como supe después, eran un grupo mixto formado por unos y otros, y también lacayos humanos que les servían con la misma lealtad que un perro obedece a su amo cuando está bien alimentado y cuidado por éste

. El único que no parecía tener miedo alguno, era el hombre que nos había conducido a todos hasta allí, Arkus, el que había vuelto de la muerte, toda una celebridad en las tierras baldías de no mucho más al sur, pero esa es otra historia que tal vez os cuente más adelante.

 El aspecto de Arkus, era el de un joven, alto y fibroso, curtido en la caza y la batalla, una enorme cicatriz, le surcaba el rostro, aunque sus jóvenes facciones eran hermosas, hermosas pero duras, como si estuvieran talladas en piedra o metal.

Sus ojos no reflejaban emoción alguna, parecían ojos muy ancianos para que el cuerpo tan joven, como si él también fuese un vampiro, o algo parecido, pero no lo era, era solo un mortal más, solo que más loco que el resto, o eso pensaba yo entonces. Fue el primero en desembarcar, el resto le siguieron, como autómatas, como las ovejas siguen a pastor. No había un atisbo de miedo en sus ojos, de hecho, ahora sonreía y saludaba con un gesto a la comitiva.

 Despegó sus labios y con voz fuerte y sonora, sin ningún atisbo de miedo o duda sentenció tanto a modo de saludo hacia los que le recibían como para quitar miedo a quienes lo acompañaban.

 -Arkus es mi nombre y he sido invitado a esta tierra en un momento de gran necesidad, pues un a alianza entre nuestros pueblos es precisa, si queremos la victoria.

 Uno de aquellos hombres, el único que no lucía armadura,sino una especie de túnica negra se adelantó, era de menor estatura que el resto, pero sus ojos eran de un rojo brillante e inspiraba miedo, sin duda,era un vampiro auténtico.

 Al verlo, hasta al joven líder le recorrió un leve espasmo de miedo, como si hasta el pudiera percibir el peligro que tras esa mirada se escondía. Fue apenas un instante, después se repuso, pero la criatura lo percibió y sonrió con malicia.

 -¿Habéis sido invitado? ¿No sería más correcto decir que vos mismo decidisteis invitaros, quién sabe con que autoridad? ¿Osáis mentirme, oh Arkus el que volvió de la vida? Si, no pongáis esa cara, sé quién sois o quién decís ser, pero eso no me asusta ni me hace concederos ninguna autoridad.
Aquí, en esta isla, solo su majestad, la reina de sangre puede darme órdenes, así pues, decid la verdad. ¿Quién os envía a esta tierra? ¿Quién osa desafiar a mi señora y con qué propósito?

 Sin duda, ahora la inquietud se había hecho presa del comandante, no esperaba un recibimiento tan frío de quien el consideraba sería un aliado, una pieza importante para los acontecimientos que tan cuidadosamente había estado preparando durante los últimos meses y años con cuidado, sin dejar nada al azar, ahora tenía un cabo suelto y eso no le gustaba.
 Pateó el suelo con cierta impaciencia y sonrió a su interlocutor, aunque sus ojos reflejaban ira.

-Es Xalot, quien me envía. Soy su emisario y es su causa lo que me trae aquí, preparo una cruzada contra el país de Imhir, tengo el respaldo de la Orden Negra y el rey de Nortalthut, esperaba que tu reina también se sumase a esta alianza y nos ayudase a tomar las tierras de nuestros enemigos.

-¿Habláis en nombre de una deidad? Sabed que ese truco es muy antiguo, más que vos o que yo mismo, sin una prueba de lo que decís, no pasaréis de aquí.

 Ahora Arkus sonrió con desdén y relajo su postura, estaba preparado para algo así y evidentemente, tenía pruebas, claro que las tenía, Xalot no enviaba a sus emisarios sin ningún tipo de respaldo. Retiró el guante que cubría su mano derecha y la extendió como si eso fuera todo lo que había que decir, ya que de hecho, así era, pues en su dedo anular portaba un anillo con la marca de su señor.

Marca que solo un verdadero emisario de la deidad portaría ya que usarla sin permiso suponía un castigo mucho peor que la muerte.

Esa era pues una evidencia irrefutable. Aquella marca que hacía encogerse de miedo a los enemigos y despertaba respeto en los aliados. Un cráneo con astas de carnero, rodeado de llamas verdes y con una gema negra en forma de triángulo invertido en la frente. La marca del dios de la sombra. Auténtica, sin duda.

 Tal visión hizo que los rasgos del vampiro se suavizaran desapareciendo de ellos todo gesto de burla o duda. Como si ahora comprendiera algo de una profundidad trascendental, como así era.

 -Está bien, os conduciré hasta ella, no puedo prometeros que os reciba de buen grado o se pliegue a vuestras exigencias, pues ni siquiera algo tan categórico conseguirá que se incline ante nadie, debéis entender que es una reina y que no sirve a nadie en este mundo y mucho menos en esta isla. Estáis advertido, por mucho que seáis quien decís ser, si la contrariáis ni todos los dioses podrán impedir que ese oscuro mar sea vuestro descanso final. Estáis advertido.

 Hecha esta sentencia, el vampiro giró sobre sí mismo con gracilidad y comenzó a caminar hacia el este, rodeado por los guardias, que ahora que veía de más cerca, claramente no eran vampiros sino hombres, aunque de un aspecto que helaba la sangre. Altos, pálidos, de rostros duros y sin emociones, hombres y mujeres con armaduras gruesas de metal y capas rojas, algunos se cubrían el rostro con yelmos elegantes.

 Fueron avanzando a buen ritmo en dirección a una espesa masa arbórea, dejando atrás la playa donde habían desembarcado, siempre bajo la atenta mirada de aquellos centinelas. Al cabo de poco tiempo, llegaron a lo que parecía una calzada bastante antigua que se abría camino por una zona boscosa, a ambos lados de la senda había enormes árboles cuyas ramas mecía una suave brisa procedente del mar.

 De tanto en tanto, algún ahullido rasgaba la noche, ahullidos de potentes y siniestros que no parecían los de un lobo corriente y que probablemente, no lo eran. Las historias y leyendas de aquellas tierras contaban que en esos bosques habitaban licántropos desde siglos atrás.

 El vampiro, que les guiaba se percató del temor que surcaba los rostros de los extranjeros y rió con crueldad. -Sí, son licántropos, así que ni se os ocurra abandonar el camino sino queréis una muerte horrible, mientras estéis bajo nuestra protección no tenéis nada que temer, no hagáis ninguna tontería. Siguieron avanzando en un silencio solo interrumpido por el metálico sonido de las armas y armaduras, el crujido de los antiguos árboles y los ocasionales ahullidos, era imposible saber con certeza cuanto tiempo llevaban andando y cuanto más restaba para el final del camino pues en aquella perpetua noche el tiempo perdía en gran medida su significado.

 Tras lo que fueron horas o incluso días de marcha, era imposible saberlo, llegaron a los lindes del bosque y en la distancia vieron, las luces de una gran ciudad, presidida por un imponente castillo.

 -Descansaremos ahora aquí, en el linde del bosque, hacerlo en la espesura probablemente no hubiera sido prudente- dijo el vampiro- un poco más adelante hay un puesto de la guardia de la ciudad, me adelantaré para comunicarles vuestra visita y ellos a su vez avisarán a la reina, ella decidirá si podéis o no cruzar los muros de la ciudad. Aunque incluso si da su consentimiento, eso no implica que cumpla vuestros deseos.

 Y dicho esto se alejó y al poco deó de verse, tal era la espesura de la noche eterna. Los extranjeros se sentaron en círculo en la hierba baja que crecía a unos metros del final del bosque, rodeados por los soldados, que seguían de pie, imperturbables, como si no conocieran el cansancio.

 -No me fio de estas gentes, mi señor-le dijo a Arkus uno de sus hombres más cercanos. De baja estatura, pero espalda ancha y fuertes músculos, tenía la cabeza rasurada por completo y lucía una espesa barba rojiza en la que ya asomaba alguna cana, su rostro tenía ya alguna arruga y tenía un solo ojo azul, donde debería estar el otro había una fea y enorme cicatriz.

 -Son fieles a Xalot, nuestro señor, así pues, son potenciales aliados, es cierto que hubiera preferido no tener que aliarme con seres que parecen salidos de leyendas y cuentos de viejas, pero no tuvimos más opciones.

 -Expulsamos a los extranjeros de nuestra tierra, les hicimos pagar por su osadía.

 -Pero volverán, volverán sino aplastamos su reino de una vez por todas y eso, amigo mío, no podemos hacerlo solos. Dicen los caballeros de la orden negra, que Ella puede ayudarnos que tal es su influencia que podría hacer caer e reino de nuestros enemigos, necesitamos a alguien así de nuestro lado.

 Descansaron por un tiempo mientras aguardaban una respuesta a su petición, habían emprendido su camino con el único objetivo de conseguir una alianza con aquella nación de la que tanto había oído hablar en antiguas historias y de la que se decía tenía el poder suficiente para concluir el objetivo que ahora perseguían.

 Al tiempo regresó el vampiro, acompañado por más guardias y un par de sus semejantes. Arkus y los suyos se pusieron en guardia, pues aquello no podía significar nada bueno.

 -La reina ha accedido a veros, pese a que le sugerí lo contrario. Arkus se relajó un tanto, aunque seguía desconfiando de aquella situación, si iba a recibirles no tenía mucho sentido que enviara más guardias, a no ser que aquello fuera una trampa. Todo aquello tenía muy mala pinta y sus hombres también lo percibían.

 -Si es así, porque regresáis con más hombres.

 -Mi papel termina aquí-dijo el vampiro que les había guiado hasta el momento- mis hombres y yo regresaremos al puesto de guardia en la costa donde estamos destinados, esta dama y sus subordinados- dijo señalando a una mujer que a todas luces no era humana y a los hombres que la acompañaban- os guiarán hasta el castillo.

 La dama se adelantó, sus cabellos eran rojizos, como los de muchas mujeres en las tierras de las que Arkus y sus hombres procedían, siempre había creído que era algo exclusivo de aquellas tierras. ¿Procedería acaso esa mujer de allí?

Aparentaba ser una mujer de algo menos de cuarenta años, aunque sin duda, era mucho mayor, era sin duda una vampiresa. Su belleza era antinatural, su delicado rostro tenía una extrema palidez y el único color que había en él eran sus labios encarnados de los que escurría un hilillo de lo que probablemente era sangre.

Su imagen encarnaba el peligro y la belleza a partes iguales. Algunos de los hombres temblaba de terror, pero ninguno era capaz de apartar la mirada. Tal era el poder que ejercía su fascinante atracción.

 -Bienvenidos, extranjeros. Mi nombre es Eltruth, hace siglos llegué a estas tierras, procedente de donde vosotros mismos venías ahora, como quizás alguno de vosotros ya sospechaba -dijo con una dulce sonrisa que la hacía lucir inofensiva, aunque como bien sabían aquellos hombres, solo era una apariencia- Os guiaré hasta mi reina, la que me escogió para darme la vida eterna. Desea conoceros. Pero he de advertios, si vuestro comportamiento es inadecuado, si molestáis a la reina o alguien de la corte, la muerte será dulce al lado de vuestro destino. No digáis que no os he advertido.

 Dicho esto, giró de forma elegante y volvió sobre sus pasos en dirección a la ciudad, como esperando que la siguieran, Arkus avanzó tras ella tras apenas un instante de duda, sus hombres le siguieron, aunque no sin ciertas reservas. Los guardias caminaban en dos columnas a los lados del grupo de extranjeros, estaba claro que no confiaban en ellos.

 En un momento dado, la mujer se dio la vuelta y tomó a Arkus de la mano, su tacto era frío como el de un cadáver y el humano tembló como en el frío más extremo.

 -No debéis temerme, joven sois el invitado de mi señora, al menos por el momento. Encontrareis que si sois cortes, podréis gozar de placeres que antes ni soñabais antes de abandonar este lugar.

Akus no dijo nada, aquel contacto le producía rechazo y fascinación a partes iguales, como algo prohibido pero fascinante. Caminaron hacia la ciudad por aquella llanura, de tanto en tanto Arkus y su acompañante se dirigían enigmáticas miradas, ella parecía divertida por la situación, él por el contrario estaba entre incómodo y aterrado.

 Pese a la aparente fragilidad de la mujer, muy delgada y de mediana edad, la fuerza con que le apretaba mano era firme, más fuerte y firme que la suya propia.

 Llegaron a las primeras casas, viejas casas de piedra rodeadas de pequeños árboles frutales, Arkus se preguntó cómo sobrevivían los vegetales en ausencia total de luz. Su acompañante pareció adivinarlo pues le explicó.

 -La magia que envuelve toda la región lo hace posible, nadie a sabe muy bien cómo ni por qué, es uno más de los misterios que nos envuelven.

 Poco a poco fueron adentrándose en la ciudad, los vampiros pueden ver en la oscuridad y no necesitan luz, pero la ciudad estaba iluminada para facilitar la vida a los lacayos humanos, mayoría de la misma.

El castillo presidía lo alto de la ciudad, en una colina de pendiente pronunciada, era de un color rojizo, probablemente de algún tipo de ladrillo. Conforme se acercaban al mismo, mayor era el número de guardias y de vampiros que se encontraban.

Los habitantes de la ciudad miraban al grupo con curiosidad estaba claro que la presencia de viajeros no era algo demasiado común.
 Finalmente llegaron al castillo, tras ascender por unas escaleras de aspecto antiguo rodeadas de toscas estatuas con formas de seres oscuros, demonios, grandes murciélagos, grotescos dragones y otras criaturas.

 En la puerta del castillo, dos guardias pálidos como la muerte engalanados en armaduras rojas y doradas, que parecen brillar con luz propia, sus yelmos con cuernos recuerdan a dragones o demonios y en sus escudos una gota alargada de color rojo, el símbolo de la reina. Su aspecto era el de guerreros atemporales que llevasen toda una eternidad allí inmóviles como estatuas. Cuando llegaron hasta ellos los guardias cruzaron sus alabardas impidiéndoles el paso.

-Son invitados de su majestad-dijo la vampiresa.

-Solo su líder está autorizado a acceder a la sala del trono, el resto podrán acceder a la sala de invitados donde tendrá lugar un banquete en su honor. Mas, primero todos han de depositar sus armas aquí, es por su propia seguridad. Estarían muertos antes de dañarnos con armas o sin ellas, pero si levantaran una sola de ellas en presencia de la reina u otro miembro de la corte serían sometidos a algo mucho peor que la muerte.

Los extranjeros intercambiaron miradas de miedo y duda, en los ojos de su líderes solo había odio, un odio frío como el hielo, punzante como un cuchillo, no había viajado hasta allí para ser humillado de esa forma.

 ¿Había sido demasiado pretencioso al pensar que aquellos desconocidos herméticos y sobrenaturales le abrirían las puertas de su mundo ermitaño sin más?

Finalmente, tras unos segundos de reflexión y dudas, sacó su espada, alguno los guardias que acompañaba a la vampiresa se puso tenso, pensando que iba a empezar un ataque, también la mayoría de los extranjeros, sin embargo, los guardias de la puerta no hicieron ningún movimiento.

Con cierto dramatismo, el capitán extranjero arrojó su arma a los pies de los guardias, que no hicieron ningún gesto o comentario, como si aquello fuera una rutina de lo más normal para ellos. Probablemente así era, pensó el líder bárbaro.

Sus hombres, hicieron lo mismo, aunque con menos dramatismo y con cierto temor supersticioso, cuando el último de ellos hubo hecho lo propio, los dos guardias se hicieron a un lado y las puertas se abrieron como por arte de magia sin que nadie las tocase. Una luz intensa procedía del interior, en contraste con la oscuridad apenas iluminada del exterior, esto sorprendió a los norteños que esperaban una morada oscura y húmeda.
De nuevo, como leyendo sus pensamientos la vampiresa que les guiaba comentó.

-Normalmente no está tan iluminado, es un acto de hospitalidad hacia nuestros invitados-explicó sonriendo y haciendo una leve inclinación de cabeza- ahora, mis hombres os conducirán al banquete que os aguarda y vos, Arkus, vendréis conmigo, a ver a mi señora.

Con más fuerza de lo necesario la mujer tiró de su brazo, casi lo arrastró, sus hombres lo miraban con miedo e ira, mientras los guardias les indicaban el camino contrario por otro corredor.
 Arkus, fue conducido a lo largo de un pasillo ancho e iluminado había muchas puertas de algunas venían risas y de otras sonidos inquietantes.

Delante de algunas había guardias que no daban ninguna muestra de haberles visto, en otras había personajes más pintorescos que les sonreían o hacían gestos. Eltruth les saludaba, todos parecían conocerla, también había humanos, de todas las procedencias, que debían ser criados o algo similar, todos vestían túnicas blancas como la nieve, algunos llevaban bebida y comida en la dirección en la que habían partido sus hombres, otros entraban en alguna de las habitaciones.

 También había criaturas que claramente no eran humanas, pero tampoco eran de la especie de los vampiros. Finalmente llegaron a una puerta más grande y señorial que las demás era de madera oscura con grabados que parecían representar antiguas batallas y gestas, se reconocían figuras de enormes murciélagos, dragones y otras criaturas.

Nuevamente la puerta se abrió sin necesidad de empujarla como si una fuerza invisible lo hiciera. La mujer tiró de Arkus y juntos atravesaron la puerta penetrando en una habitación alargada cuyos altos techos no se percibían tal era su altura y la oscuridad, sonidos como de miles de alas batiendo sonaba allí arriba y helaban la sangre, probablemente, si aquella fría mano no le hubiese estado guiando hubiese huido de allí a la menor oportunidad.

 Al líder extranjero, le sorprendió comprobar que en aquella sala no parecía haber guardias, pese a que él había supuesto que al ser la sala del trono sería la mejor custodiada. En lo alto de unas toscas escaleras labradas en piedra y cubiertas por una larga alfombra roja se hallaba el trono, una enorme silla dorada cuyas patas estaban rematadas en cabezas de murciélagos, sobre aquella silla se hallaba sentada la mujer más hermosa que el joven había visto en toda su existencia.

Era tal su belleza que le causaba dolor y dicha a partes iguales al contemplarla, era una sensación que no podía explicar. Si bien era cierto que la dama que le había guiado hasta allí era sumamente hermosa, su belleza palidecía y se eclipsaba comparaba con la de aquella mujer. Sus finos rasgos parecían directamente esculpidos en mármol, tal era la perfección de los mismos, tal era la palidez de su piel nívea.

 Sus ojos de un color azul brillante contrastaban con esa palidez extrema aumentando su aire sobrenatural, sus negros cabellos caían como ondas sobre sus blancos hombros, cubría su piel con un vestido rojizo, elegante a la vez que sencillo y que acentuaba sus curvas, todo en ella era majestuoso y el extranjero sintió el impulso de hincar su rodilla y jurarle eterna servidumbre, de hecho antes de que pudiera pensar en lo que hacía ya había doblado su rodilla.

 Elthrut rió divertida, como si aquello era lo más habitual y probablemente pensó el extranjero, así era. La reina por su parte le sonrió dulcemente y le indicó que se acercara. Así lo hizo, dejando atrás a su acompañante que no hizo nada por detenerle, le guiaba un fervor casi religioso, había olvidado quien era, el motivo de su misión todo, tal era el hechizo de la belleza de aquella mujer inmortal o tal vez se trataba de algo mucho más siniestro. Se detuvo ante las escaleras, como temeroso pero ella le invitó a subir con un gesto.

Cuando llegó a su altura ella le tendió su nívea y perfecta mano en la que lucía un anillo de metal con un enorme rubí para que besara su mano y así lo hizo con infinita devoción lo que hizo reír a la mujer.

 -Si no me equivoco, tenéis negocios que tratar conmigo-dijo ella, su voz era suave como un instrumento de cuerda y parecía provenir de algún lugar lejano-efecto que se acentuaba porque apenas separaba los labios al hablar de modo que parecía que no fuese ella quien hablase.

-Mi señora, su belleza nubla mis sentidos, mas, es otro el motivo de mi viaje, su reino y el mío deben lealtad al mismo dios, el gran Xalot, es por ello que me he tomado el atrevimiento de venir hasta su morada a rogarle su inestimable ayuda para llevar acabo una cruzada contra nuestros enemigos que nos lleva a aniquilarlos de una vez por todas.

 -Es muy descortés por tu parte abordar estos temas directamente, mas, como venís desde muy lejos y sé quien sois y despertáis mi curiosidad, no os lo tendré en cuenta, mas sabed que otro menos afortunado sería ya solo un amasijo de carne, sangre y huesos rotos tras tal impertinencia. Aun que su voz seguía siendo dulce había en ella y tono duro y cruel que recordaba al ruido metálico que hacen las espadas al chocar en el ardor de la batalla.

 -Lamento si os he ofendido, mi señora. No era tal mi intención, pero son tiempos de necesidad los que me traen hasta aquí. Ella jugueteó un poco con su pelo, claramente aburrida y se llevó a lo labios una copa de oro que reposaba los pies de su trono y que contenía lo que a todas luces era sangre, bebió un largo trago y finalmente habló.

 -Me aburrís con vuestro victimismo y vuestra urgencia, mi lord, conozco perfectamente los acontecimientos que tienen lugar a lo largo y ancho del mundo, por extraño que os pueda parecer desde mi reino oculto nada escapa a mis ojos, lo veo todo. Sabía que vendríais y si no hubiera sido mi intención dejaros venir, nunca hubierais llegado hasta aquí, así pues no me aburráis con lo que ya conozco. ¿Qué oferta tenéis para mí?

El extranjero flaqueó, no había considerado una negativa ni una actitud tan desafiante. ¿Qué podía hacer ahora? Volver a su tierra natal con las manos vacías no era una opción que contemplara.

-Planeamos llegar hasta la capital de nuestros enemigos, hacerlos pedazos, la corona podría ser para usted o uno de sus allegados. La reina empezó a reír de forma cruel y exagerada como si lo que hubiera dicho su interlocutor fuese una especie de chiste.

-Tengo ese reino en la palma de mi mano, ese y todos los demás, tengo agentes infiltrados en su nobleza, en su clero, en sus instituciones militares, a una orden mía, un rey puede caer y ser sustituido por otro. Un general puede ser asesinado por su amante, un obispo puede caerse por las escaleras, de forma accidental. Si quisiera que el país del que habláis cayera en el caos más absoluto o cambiara de régimen solo tendría que enviar un par de cartas.
 Llevo siglos tejiendo una red de espías por todo el mundo. Mi poder es superior al de ningún otro monarca. Y nadie puede quitarme de en medio mientras esté aquí, tengo el mundo en mis manos. ¿Por qué iba a querer la guerra? Solo os mueve la venganza, sentimientos, sentimientos bajos, irracionales, un verdadero gobernante no puede caer en esas debilidades, los mortales no comprendéis que mis planes no son a semanas o meses vista, ni siquiera años, las décadas y los siglos son a mis ojos periodos de tiempo perfectamente razonables para mis planes.
Competimos a otros niveles, mi querido amigo. Así pues, no os ayudaré en una cruzada que acabaría con todo lo que he construido, durante siglos. Aquello fue demasiado para el joven que se derrumbó y calló de rodillas a los pies de la reina que sonrió de forma maliciosa.

-He fracasado.

 -Podéis ser mi siervo, gozaréis de placeres que no están al alcance de los meros mortales y no habrá nada fuera de vuestro alcance, os ofrezco una vida plena al nivel de un rey.

-Solo ansío la venganza, la liberación de mi pueblo.

-Por favor… qué bajo, cuánta mediocridad. No esperaba algo semejante de quien dicen que es un enviado de Xalot en persona, en espíritu o lo que sea. Aquellas palabras, obraron como un resorte y el capitán se puso de nuevo en pie, erguido y orgulloso, la reina le miró divertida preguntándose que vendría ahora, le divertían los humanos, siempre tan temperamentales

. -Así es, soy enviado de Xalot en persona, como seguidora que sois de mi Dios debéis darme vuestro apoyo, así lo quiere Xalot y así ha de ser.

 -¿Cómo osáis dirigiros a mí en esos términos? ¿A caso queréis morir aquí? Siempre he seguido los designios de Xalot, soy su más fiel servidora. Llevo siglos trazando un plan para entregarle este mundo, el conoce y respalda mi plan, tus locas ansias de venganza solo lo arruinarían. Eso es lo contrario de lo que Xalot desea, sois un necio si pensáis otra cosa. Pero no os mataré, no todavía, hay algo en vos que me intriga.
Eltrhurt, haced que nuestro invitado coma y beba todo lo que quiera, que goce con lo que nuestro mundo ofrece y después, una vez saciado y tras descansar todo lo que quiera se asee apropiadamente y visite me alcoba, le estaré esperando, ahora, podéis retiraros.

 Arkus se dio cuenta de que no merecía la pena discutir y abandonó la sala del trono con paso abatido sin mirar atrás, nuevamente de la mano de aquella dama. Ella le guió a la sala donde se encontraban sus hombres, comiendo y bebiendo.

Parecían haber olvidado sus temores y se dedicaban a comer y beber como si nada les preocupara en absoluto, tras un momento de vacilación, Arkus, se uniría a ellos. Aunque en su mente aún reflexionaba sobre cuál debía ser su próximo paso. Había recorrido un peligros e inexplorado camino para llegar hasta a donde se encontraba todo para no lograr absolutamente nada.

 -¿Y ahora qué?- se preguntaba para sí, sin hallar respuesta. Volver con una negativa de la reina era todo un fracaso y más aún, sino contaban con dicho aliado clave, difícilmente podrían ganar la guerra a la que se precipitaban.
Comió y bebió hasta saciarse y luego durmió, ahí mismo sobre la mesa, como ya lo hacían muchos de sus hombres.
Despertó luego, el resto aún dormían, mas él no tenía sueño ya, la verdad, es que hacía meses que no dormía mucho, pero menos aún lo haría en ese castillo, aquel lugar le inspiraba desconfianza, pese a que aquellos eran sus supuestos aliados, el joven creía, jamás podría fiarse de ellos.

De pronto, escuchó una voz, una voz distante, que le llamaba, como una canción, como un hechizo, antes de poder pensar en lo que hacía comenzó a caminar como si su cuerpo no le perteneciera y alguna fuerza superior a él le empujase o tirase de él.

Recorrió los largos pasillos del castillo de vuelta al salón del trono, los guardias se a apartaron para dejarle paso, no había nadie en el interior, mas él se encaminó hacia el trono, la voz parecía venir de la pared que había tras el mismo.

Llegó al trono, tras este había un tapiz de ricos bordados que representaba batallas de tiempo atrás, levantó la esquina inferior izquierda del tapiz y descubrió tras este una puerta que estaba entornada, la empujo y esta cedió bajo su peso.

Llegó a una sala circular, amplia, aunque no tanto como el salón del trono, los techos eran altos, las paredes estaban decoradas con cuadros, espejos, armas y otros objetos, había numerosos armarios y otros muebles, pero la mayor parte de la habitación la ocupaba una cama de forma circular.

 En el centro de la misma estaba tumbada la reina, con una copa en la mano, de la que bebía, tenía la vista fija en la copa, aburrida, ausente. Mas al reparar en que no estaba sola, sonrió ampliamente al joven.

 -Habéis venido, ahora podremos hablar más tranquilos, venid, no tengáis miedo.

El hechizo que anulaba la voluntad del extranjero se rompió y este comprendió donde estaba y como había llegado hasta allí, se sentía mareado y algo confuso. Se dirigió al lecho, medio tambaleándose y se tumbó sobre el mismo, era mullido y muy cómodo, más que ningún otro lecho que el joven hubiera conocido.

 Las frías manos de ella lo rodearon y lo atrajeron hacia sí, como abrazándole por detrás.
Le acarició el rostro y besó sus mejillas, el contacto de aquel cuerpo despertaba el fuego de la pasión en el joven. Nublaban sus sentidos.

Ella comenzó a acariciar todo su cuerpo, le despojó de sus ropajes y lo recorrió todo entero con sus manos, con sus labios.

 -Sí, sin duda lucís como el enviado de un Dios-le susurró al oído mientras acariciaba su cuerpo.

Y entonces, pasó, todo fue muy rápido, un intenso dolor atenazó el cuello del joven.
 Intentó zafarse, pero era incapaz de moverse, rápidamente su sangre salía de su cuerpo y entraba en el de ella y se iba sintiendo más y más débil.

 Cuando su vista ya se nublaba y sentía que iba a desfallecer ella aflojó la presa. Arkus sabía que aquello no podía ser bueno, pero debía reconocer que le había gustado. Miró a aquella mujer con deseo, ella aún tenía sangre en sus labios y un hilillo corría por su barbilla, se relamió.

Él la tomo de las caderas y acercando su cuerpo le beso en los labios larga e intensamente, ella no se resistió, sino que le rodeo con sus brazos lo atrajo para que se pusiera sobre ella.

 Mas el joven que había perdido mucha sangre, estaba por derrumbarse, ella rió divertida mordió su propia muñeca que sangró y se la acerco a los labios al joven.

 -Bebed de mí, como yo he bebido de vos.

 Y así lo hizo, lentamente al principio, más intensamente después, el sabor de la sangre de ella era dulce y cálido y al beberla notaba como se iba recuperando, más aún, se sentía mas fuerte y enérgico que antes.

 Bebió hasta que ella le apartó, con delicadeza, pero a la vez, con una fuerza irresistible. -Es suficiente-sentenció. El asintió y la rodeó con sus brazos.

 Su mente no era capaz de procesar el torrente de emociones que estar con ella y lo que acababan de hacer le producía.

-Tal y como pensaba, no eres un humano corriente, si lo fueras, ahora te estarías transformando en otra cosa, en uno de nosotros, así pues, eran ciertas las historias. Eres enviado de Xalot en persona, no eres humano.
Mas, probablemente no haya aún palabra en éste mundo, para nombrar lo que eres, pues sino son incorrectas mis averiguaciones, eres único en tu especie.
 ¿Así que dime? ¿Es cierto?

-¿El qué? ¿Qué Xalot me envió? Ya os lo dije al llegar, así fue.

Ella puso los ojos en blanco

-No, idiota, eso ya lo habéis dicho. ¿Es verdad que volvisteis de la muerte?

El palideció al recordar aquella sensación, herido de muerte, sobre el frío barro de su tierra natal, rogando al dios de su pueblo venganza, rogando que no le dejara morir. Y como había muerto, como había ido a parar al reino en el que el dios moraba, en un plano diferente de la realidad y como éste había cumplido su ruego a cambio de jurarle lealtad eterna.

 -Cierto es.

 -Sois el primero, al menos que se sepa, fuerte debió de ser vuestra fe, vuestra convicción, la devoción y el odio que sentísteis.

 -Y aún lo es. No descansaré hasta aplastar el reino del que salieron aquellos hombres, aquellos hombres que profanaron nuestros templos, quemaron nuestras casas y nuestros campos, mataron a nuestros hombres, esclavizaron a nuestros niños y violaron a nuestras mujeres.

-Y ninguno de mis argumentos podrá haceros cambiar de opinión.

 -Ninguno.

-¿Aún cuando sentís por mí una gran devoción?

-Como cualquiera que haya posado sobre vos los ojos, mas no, aún entonces.

 Ella suspiró largamente y le besó de nuevo.

-Ponéis en peligro mis planes, loca es vuestra empresa, un objetivo perseguís que desapruebo, mas me conmueve vuestra devoción, vuestro odio, me recordáis a la humana que fui-dijo acariciando su rostro dulcemente.- Y creo que habéis ablandado mi viejo corazón, a mi edad, embobada con un mortal, será mejor que nadie lo sepa.

 Le rodeó con sus brazos y de nuevo le besó, largamente, luego comenzó a acariciar de nuevo todo su cuerpo, una oleada de placer y de deseo embargó al joven, entonces ella, se montó sobre él y comenzó a cabalgar sobre él, primero despacio, luego más deprisa hasta llegar a un ritmo completamente inhumano.

Él llegó varias veces al éxtasis, mas ella no se detenía. El joven pensaba que de nuevo iba a desmallarse, esta vez por causas muy diferentes, es difícil saber cuánto tiempo estuvieron así, hasta que ella soltó un aullido antinatural y se dejó caer sobre el joven. Este la abrazó y así permanecieron largo rato, sin decir nada, ni moverse.

El joven estaba agotado, ella sin embargo parecía no haber sufrido ningún cambio en absoluto, el esfuerzo físico rara vez agotaba a un vampiro y menos a uno tan antiguo.

 No, ella consideraba sus opciones, aunque una parte de su ser le apremiaba a matar a aquel hombre y a todos sus acompañantes de inmediato, otra consideraba que su plan podía darle algún rédito. Además, Xalot le había elegido y ella no era quién para cuestionar a la deidad a la que llevaba sirviendo desde antes de haber dejado de ser humana.

La deidad de hecho, que siglos atrás le había protegido de la maldición que cayó sobre ella.

Los primeros vampiros, eran seres sin mente, sin alma, malditos, que devoraban por ansía y sin capacidad de razonar, cuando uno de ellos la atacó, pensó que su destino sería el mismo.
Mas sus rezos le salvaron y aunque fue mordida por aquel ser, no perdió la razón, sino que se convirtió en otra cosa, la primera de su especie.

Le debía todo al señor de la sombra, así pues, quizás debería, por una vez, dejar a otros llevar las riendas de la situación, aunque fuera parcialmente.

Sería divertido, observarlo todo desde lejos, de algún modo. Aunque aquello pusiera en riesgo sus tan elaborados y antiguos planes, quizás pensó, estos estaban equivocados desde el principio y debía hacerse de otro modo.

Tal vez aquel joven tenía razón o tal vez los sentimientos que había despertado en ella le habían ablandado. ¿Sería por ser él un elegido de su dios? Prefirió pensar que sí.

Entre tanto él, había caído en un profundo sueño, ella no le molestó, le dejo tranquilo, mientras seguía sumida en sus pensamientos.

Despertó horas después, completamente renovado, ella estaba vestida de nuevo bebía de nuevo de su copa y tenía la vista perdida en el horizonte. Él no dijo nada, contemplaba su rostro, embobado aún por su belleza.

-He tomado una decisión, podréis regresar a vuestro reino, varios de mis hombres os acompañaran para ayudaros en vuestro cometido, pero serán pocos, no esperéis un ejército, no pienso sacrificar todo por lo que he luchado durante siglos en tan loca empresa.

Tras meditar un rato, la reina se despojó de su anillo y se lo puso al mortal en su mano.

-Esto servirá como sello material de nuestra alianza, aunque el verdadero sello es mi sangre corriendo por tus venas, eso nos unirá para siempre de una forma que quizás tardes tiempo en comprender. Mas ese anillo, puede servirte bien, si alguno de los míos se encontrará con vos os prestaría ayuda, si se lo enseñaseis. Tranquilo, tengo más. Todos mis buenos agentes tienen uno y yo siempre guardo alguno por si acaso.

 El la tomo entre sus brazos y la besó de nuevo.

-Si sigues así, vas a hacer que me encariñe aún más de ti y tendrás que quedarte, sé que te gustaría, pero creo que tienes una venganza que cobrarte.

Él asintió, apesadumbrado, pero decidido.

 -Sea pues, partiréis hoy mismo, haré los preparativos cuanto antes, yo misma os acompañaré al puerto, id ahora con vuestros hombres.

 Así lo hizo, no sin pesar, cuando llegó donde estos estaban éstos estaban de nuevo comiendo y bebiendo, de quedarse mucho más tiempo pensó, degenerarían hasta el punto de ser inservibles en combate. Se unió a ellos, pues no tenía otra cosa que hacer mientras aguardaba que todo estuviese dispuesto.

 Al cabo de unas horas la reina apareció con un pequeño grupo de soldados, entre ellos había seres de varias razas, la mayoría no eran humanos.

-Como prometí, estos hombres os servirán en la guerra que queréis librar, os servirán a vos y solo a vos, ni a vuestro rey ni a ningún otro, tenerlo muy en cuenta. Ahora os conduciré a los puertos y partiréis hacia vuestras tierras. Uno de nuestros navíos os llevará, los guerreros que os cedo, sabrán cómo gobernarlo. Acompañadme.

 Y así salieron del castillo, formaban un curioso grupo, con la reina guiando la comitiva junto a Arkus al que había tomado de la mano, detrás, los extranjeros, borrachos y tambaleantes en contraste con los soldados de la reina, de brillantes armaduras y porte majestuoso.

 Caminaron en casi completo silencio, hasta llegar al puerto. Allí, los soldados de la reina empezaron a disponerlo todo mientras los extranjeros iban entrando a la nave. La reina aún estaba junto a Arkus, tomo su rostro entre sus manos y le besó por última vez.

-Tened cuidado y cumplid vuestra venganza, os estaré viendo, volveremos a vernos.

El joven se despidió de ella, fue a besarla, pero ella se apartó, indicando que la despedida había concluido, así pues dolido y confundido, se subió al navío que comenzó a alejarse de la costa en dirección a su destino.

 La reina siguió en el puerto, hasta que el navío no fue visible. Sus sentimientos eran encontrados, echaría de menos al joven, aunque sabía que probablemente fuese algo pasajero, pero por otra parte ansiaba ver qué salía de todo aquello.

Estaba allí sola, pues ella no necesitaba guardia, allí nadie podía hacerle daño.

 Se quedó un rato más, sumida en sus pensamientos, en la contemplación del mar, disfrutando del aire fresco agitando sus cabellos y acariciando su piel. Solía acercarse allí sola, con mucha frecuencia, para salir de la rutina de su cargo. Finalmente aburrida, volvió de nuevo al castillo.

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